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25 noviembre, 2025
La escena parecía inofensiva: un concierto de Coldplay, luces, música y una cámara que busca parejas para el momento cursi de la noche. Pero cuando la kiss cam enfocó a una ejecutiva de Recursos Humanos y a su jefe casado, el espectáculo dejó de estar en el escenario y se mudó directo a internet.
El video se volvió viral en cuestión de horas. Memes, burlas, juicios morales y teorías inundaron las redes. Lo que para muchos fue un chisme divertido, para ella se convirtió en un huracán que no pudo detener. El episodio ya tenía nombre: Coldplaygate.
La ejecutiva reconoce que aquella noche se equivocó: bebió más de la cuenta, se dejó llevar por el ambiente y terminó comportándose de una manera que hoy no justifica. Asegura que asumió las consecuencias y que renunciar a su carrera fue una decisión que tomó para hacerse responsable. Lo que no acepta es que el odio digital haya alcanzado a sus hijos. “Los errores se pagan”, reflexiona, “pero nadie merece amenazas de muerte por un momento de mala decisión”.
Después del viral, su vida se volvió un caos. Recibió cientos de llamadas diarias, mensajes de odio y ataques que incluso involucraron a su familia. La empresa abrió una investigación interna y, aunque le ofrecieron conservar su puesto, decidió renunciar. Su jefe también dejó la compañía días después.
Hoy, ella intenta reconstruir su vida lejos del ruido. Pero el episodio sigue flotando en la cultura digital como un recordatorio brutal: basta un segundo captado por una cámara para destruir décadas de trabajo. La viralidad no perdona. Y cuando decide convertirte en protagonista, no hay backstage donde esconderse.
Este texto fue revisado por una inteligencia artificial (IA).

